El peor encuentro

Intercambiamos mensajes por casi dos meses y tras consensuar nuestra primera cita. Decidimos coordinar un lugar neutral para vernos.

Alquilé de antemano una mesa para dos, incluía un centro de mesa con velas aromáticas y un menú como entremés. Incluso le había dicho al mozo que tuviera un trato un poco preferencial con nosotros (donde hubo “propinas” de por medio, por supuesto).

Para empezar nuestro primer contratiempo, Raquel me dijo que el GPS le había enviado a otro lado, entonces le pedí al mozo que me reserve la mesa hasta cuando regrese con ella.

Para entonces, cuando le pedí a Raquel su ubicación actual, me di cuenta que estaba a treinta kilómetros de distancia de nuestro punto de encuentro. No importó. Solo quería verla a como dé lugar y era lo que más interesaba de todo esto.

De ida… uno de los neumáticos tuvo un desperfecto y mientras aguardaba al gomero para que lo repare, ya había pasado veinte minutos. Raquel me preguntaba cada tanto si me había molestado y me pidió que, por favor, no la deje plantada. No sabía cómo decirle que todo esto parecía adrede y al final se tranquilizó cuando le envié una foto del lugar donde me encontraba aguardando por el servicio.

Tras cuarenta minutos, llegué a su destino y al final sonreímos por este evento desafortunado.

Al menos, en el trayecto de regreso nos dio tiempo de platicar sobre nosotros y empezamos a conocer otros puntos de vista del cual no habíamos hablado aún.

Hasta que llegamos al restorán y me encuentro que la mesa ya estaba ocupada. El mozo me explicó que la casa es visitada casi siempre por turistas y como no le avisé nada en una hora que estuve ausente, tuvo que ceder el derecho a otros clientes, es decir…lo que yo pedí para nosotros.

            —No importa, vayamos a otra parte —me dijo ella, benevolente.

            Nos fuimos a otro restorán de tres estrellas, allí todo salió mal, al menú le faltaba sal, luego al vino le introdujeron hielo y se aguó. Nos retiramos de allí tras quejarnos del mal servicio que nos brindaron. Tampoco de nada sirvió que lo hayamos hecho.

            De igual forma continuamos a lo que planeamos desde un principio y de allí nos fuimos a un motel de la ciudad de Lambaré. Alquilamos la mejor suite.

            Tras unos besos apasionados, empezamos a desvestirnos poco a poco y cuando llegó al culmen de la anhelada función. No podía… algo me pasó que el amigo seguía lánguido como un pez muerto y ella con cara de pocos amigos seguro pensó que no me atrajo y otros miles de malos pensamientos en mi contra. Ni siquiera imaginaba cómo yo me sentía por dentro, mi hombría sufrió una de las peores bajezas y pensé que ya no podría componer aquello que estaba sucediéndonos.

            Hasta que la convencí de nuevo y cuando por fin nos armamos de valor para reincorporar lo que dejamos a medias. Apenas me introduje en ella, sentí su calor y en unos pocos segundos… todo acabó cuando ni siquiera había empezado.

            Su mirada fue fulminante, estaba herida dos veces y todo ocurrió en menos de cinco minutos de ingresar al cuarto.

            Sin otro prolegómeno, tomó sus prendas del piso, fue directo al baño y se encerró, mientras que yo me quedé observándome al espejo. Herido tanto como ella.

            Cuando salió del baño, pulcra y acicalada. Ni siquiera se despidió de mí, solo se marchó y escuché la puerta cerrarse tras de sí con un elevado furor. Era obvio la razón.

            Pagué el fugaz servicio de habitación y me marché cabizbajo con destino a mi casa. No podía creer lo que me estaba ocurriendo y eso que esperé varios meses para que esto sucediera. 

            En un momento dado, me aparqué donde un sujeto vendía comidas chatarras. Pedí un asadito con mandioca y mientras comía dentro de mi habitáculo. Vi como una motorista bajó de su cíclico como si estuviera en una escena en cámara lenta. Se acomodó el cabello, dejó el casco sobre su manubrio y cuando llegó al hombre del carrito; ella le solicitó una Coca Cola.

            Nos miramos por la brevedad del instante y se dibujó nuestras sonrisas en el aire y pensé que sería bueno conseguir su número y sin demasiadas trabas, salí con esa única intención.

            De nuevo estaba allí, como un lobo en la penumbra, herido, pero con un hambre voraz.

«Solo espero que no me vuelva a suceder», pensé y sonreí con amargura.

—Buenas noches —saludé.

            Ella me correspondió e iniciamos una cálida plática aquella noche de tropiezos y aciertos.

©2024 Marcos B. Tanis

Publicado por Marcos B. Tanis

De profesión analista, docente y magíster en auditoría en informática, amante de la lectura y ahora escritor. Tengo mis primeras novelas publicadas tituladas: Fragilidades del alma y Aquello que menos esperas I y II, además varios apresurados por salir de la oscuridad.

2 comentarios sobre “El peor encuentro

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar