Árbol

Carayaó, a 164 km de Asunción fue el epicentro de esta historia que me ocurrió cuando fui de viaje.

            Pablo y yo salimos en su Toyota Bandeirante, cargado de cervezas, alimentos, cigarrillos, y la idea fija de despegarnos de esta monotonía que ensalza a la entropía de la vida. Tras una parada para comprar chipas y remedios refrescantes para el tereré, nos dirigimos a nuestro destino.

            Llegamos cerca del mediodía del sábado, era una pequeña casa que Pablo había comprado para despejarse cuando fuera necesario. Un vecino del lugar se encargaba de mantener el césped y el jardín bien cuidado. Adentro, la humedad cicatrizó la ausencia de los meses.

            Abrimos puertas y ventanas para que el tufo se abra camino, acto seguido, nos sentamos bajo el longevo y frondoso árbol que regalaba sombras para nosotros.

            —Vamos a pegar una vuelta, ¿qué dices? —me dijo él.

            —Por supuesto —le contesté, también tenía ganas de conocer aquel lejano lugar.

            Nos miraban como si fuéramos extranjeros o algo por el estilo y me dio hasta vergüenza lo que ejercíamos con nuestra visita. Pablo me dijo que me mostraría un lugar y yo acepté sin más dilación.

            Cuando llegamos al arroyo, dos hermosas mujeres disfrutaban chapoteándose, ambas nos miraron, primero a Pablo, luego a mí, nos sonrojamos, ellas tampoco quedaron atrás y eso fue lo único que nos mantuvo comunicados.

            Tras nuestra primera parada, nos dirigimos de vuelta a nuestro aposento. Debíamos limpiar el piso para nuestros colchones y limpiar el patio para nuestra fogata de la noche.

            A la noche, bajo el árbol, llevamos nuestra conservadora con hielos y cerveza y empezamos con nuestras anécdotas pasajeras. Mujeres, fútbol, política, toda conversación hacía que nos santifiquemos a otro encuentro próximo.

            Pasada la medianoche ambos mareados ya, empezamos a bostezar, tampoco queríamos abusar con el alcohol y decidimos dar por culminada nuestra primera noche allí.

            —Anda primero, luego iré —le dije a mi amigo, quería fumar primero, antes de introducirme a mi colchón.

            De pronto, los párpados parecían pesados, me sostuve por el tronco del árbol para no trastrabillar y apenas lo hice algo ocurrió.

            Era la misma casa, con pintura nueva y con colores vivos. Empecé a caminar hasta llegar al umbral y cuando lo hice, presencié una discusión que iba acrecentándose, ambos, gritaban improperios y la situación parecía empeorar. No entendía por qué empecé a ver aquel episodio que desconocía. Hasta que me di cuenta que significaba algo más que solo una ensoñación. De las peleas verbales, el hombre perdió los estribos y golpeó a la mujer, esta reaccionó, lanzándole una olla por la cara, enseguida un hilo de sangre caía entre las comisuras de sus labios y ella luego se encerró en su habitación, creyendo que se salvaría. Con el éxtasis a flor de piel, el hombre, pateó la puerta y lo derribó en seco, la mujer empezó a gritar y cuando iba a escapar, él la tomó y empezó a golpearla hasta que sus gritos se ahogaron en una muerte prematura.

            Se tomó de la cabeza y se quedó contemplando el insepulto cuerpo que yacía en la habitación. En un intento desesperado por hacerla revivir, lo único que hizo fue angustiarse más aún. El hombre empezó a buscar algo entre sus herramientas y cuando encontró la pala, fue hasta el lindel del árbol y empezó a cavar. Era de madrugada, como era un lugar poco habitable, nadie vio cuando introdujo el cuerpo en la fosa y luego tapó aquel crimen.

            —Lo siento, no quise llegar a esto.

            Después de agotar sus fuerzas, colocó la pala en el mismo lugar y buscó algo más, ¿qué estás haciendo? —quería decirle, pero como era un huésped en aquel sueño, no me quedó más remedio que ver cómo subía a la copa del árbol y se anudaba la soga al cuello—, miró el abismo de la muerte y se lanzó a él con su secreto.

            Salí de aquel trance y quité con premura mi mano de aquel tronco. No quise creer que era el efecto del alcohol lo que hizo que pensara que solo había imaginado.

            Sin embargo, si no verificaba con mis propios ojos si aquello ocurrió de verdad, no dormiría tranquilo. Encontré una pala (no puedo asegurar que fuera el mismo), y empecé a cavar en la oscuridad.

            —¿Qué crees que estás haciendo? —me preguntó Pablo, una hora después.

            —Creo que ha ocurrido algo grave aquí —le dije y también me ayudó cuando le confesé qué me pasó.

            Lo extraño que no encontramos restos de nadie, ni siquiera cuando consultamos a los vecinos si allí ocurrió algo. No quiero creer que todos encubrieron ambas muertes, pero ¿por qué lo harían?, ¿quiénes eran?, incluso el dueño anterior dijo que era el único que vivió allí.

            Regresé a Asunción con la incógnita de saber qué significaba aquel sueño, ¿acaso era el augurio de una catástrofe?, ¿podría ser Pablo aquel hombre? —me pregunté sin obtener respuestas, hasta hoy.

            © 2023. Marcos B. Tanis.

Publicado por Marcos B. Tanis

De profesión analista, docente y magíster en auditoría en informática, amante de la lectura y ahora escritor. Tengo mis primeras novelas publicadas tituladas: Fragilidades del alma y Aquello que menos esperas I y II, además varios apresurados por salir de la oscuridad.

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