La luz va extinguiéndose

Casi un siglo deambulando sobre este plano terrenal y un día para otro; sus pies se vuelven pesados, la espalda jorobada pide clemencia y sus párpados que son como velas agrietadas, se mezclan con la niebla de su finitud.

            Toda la familia era consciente que llegará este momento, hijos, nietos y bisnietos se reúnen en torno a ese apogeo de vida.

            Doña Juana permanece dormida la mayor parte del tiempo y su inseparable compañía es el ventilador de techo que gira inagotable en aquella habitación de escasos muebles. El giro de las aletas provoca un remolino de vida y ella se aferra a este, arrebujándose a las sábanas.

            En su lecho ella insufla con dificultad aire a sus pulmones y balbucea oraciones sin sentido, es como si quisiera decir algo más y no le sobra energías. Es inaudible y cuando preguntan de nuevo, ella solo duerme.

            Sus hijos mayores cambian las fotografías en sus redes sociales, como si este fuera una especie de exhibición del dolor a base de me gusta, lo mismo sucede con las nietas que hasta crean un hashtag #unsiglodelaabuelaJuana que enseguida se hace viral y ellas más famosas.

            Lo que provoca que aparezca el fantasma de Adolfo. Le produce un deseo inefable esa manifestación de amor, enmascarada de egolatría. A continuación, recorre en medio de sus familiares y siente esa energía que en vida sintió. Adolfo se acerca a su lecho y palpa su mano con suavidad, nadie se percata que la mano derecha de Juana levita un poco cuando se entrecruzan los dedos a los de él. Juana balbucea de nuevo, sin embargo, ese idioma inexacto tiene sentido en aquel umbral.

            —Está llegando mi final —sostiene.

            —Lo sé, cariño, he esperado este momento por veinte largos años —dice él.

            Siente una especie de melancolía, no puede definirlo con exactitud ya que cuando falleció, olvidó por completo esas sensaciones. No obstante, ríe cuando Juana se comunica con él y es la única que siente su presencia.

            Ella le repite lo que él le dijo antes de partir al más allá, te esperaré cuando llegue el día.

            —Sigo haciéndolo —confiesa.

            Juana sonríe recostada, con los ojos cerrados, mientras se pasea en los recuerdos con Adolfo. Sus familiares no saben lo feliz que es estando en ese estado y no imaginarán jamás que Adolfo siempre estuvo allí, cuando decían que se volvió loca por hablar sola o por no querer recibir visitas de nadie.

            Su luz seguirá alumbrando hasta que ya no queden fuerzas, ella lo sabe, ellos lo saben, mientras revivirá fragmentos que le dio felicidad e hizo que aprecie la vida como tal.

            © 2023 Marcos B. Tanis.

Publicado por Marcos B. Tanis

De profesión analista, docente y magíster en auditoría en informática, amante de la lectura y ahora escritor. Tengo mis primeras novelas publicadas tituladas: Fragilidades del alma y Aquello que menos esperas I y II, además varios apresurados por salir de la oscuridad.

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