Noche de invierno

Era el último autobús que pasaba por ahí; maldije hasta a los santos que no había, ya que debía caminar unos cinco kilómetros hasta llegar a mi casa por culpa de quedarme a orinar en la oscuridad.

            Miré a ambos lados, autos aparcados, perros rebuscándose entre los basureros pigmentaban aquel cuadro macabro de soledad y ese aspecto apocalíptico tras mi salida del trabajo hacía que respete la noche.

            Tras persignarme, empecé a deambular. De reojo fisgoneaba si alguien me seguía, solo la luna que pareciera andar tras de mí en cada paso, con esa plúmbea redondez bajo aquel oscuro cielo.

            El frío quema mi rostro, sin embargo, voy chocando aquella pared invisible y gélida que intenta detenerme, sin éxito. Me froto las manos y expulso aire para calentarlos. De pronto volteo para saber si he avanzado lo suficiente y descubro que recién inicio.

            Soy consciente del frío, por esa razón no hay un alma deambulando por la ciudad, solo este imprudente que quiere llegar a casa a como dé lugar.

            A continuación, enciendo un cigarrillo y fumo grandes caladas, como si esto sirviera de placebo. Sigo caminando, las luces intermitentes de los semáforos hacen gala de la hora mientras que los faroles alumbran tenue.

            —¿Te perdiste, guapo? —de entre la oscuridad, me habla un transexual, yo sonrío nervioso, no me gusta entretenerme demasiado y sigo caminando.

            » Tú te pierdes —dice, molesto y a mí me tiene sin cuidado.

            Hasta que llego cerca de casa, giro la primera esquina, hay taxis estacionados, un chófer duerme en su vehículo, otros dos ven la televisión mientras beben mate.

            Solo dos cuadras más —acelero el paso.

            Pero cuando estoy a una cuadra, de pronto algo o alguien sale de un patio baldío, no medirá más de un metro de altura, peludo, cojo, se queda allí mirándome, intimidándome. Me quedo en un lugar, obnubilado, el escalofrío me recorre toda la espalda y aunque intento huir, una extraña fuerza me detiene.

            —¿Quién eres? —tartamudeo, esa cosa me sigue mirando, sin hacer más nada que estar parado ahí.

            No es imaginación mía, ya que un perro aparece, ladra al principio, aquella cosa gira y el can huye, aullando de miedo. Acto seguido, gira de nuevo, aún no hace nada más que mirar hacia mí, ¿qué intenta hacer? —me pregunto—, porque si es para intimidarme, lo había logrado desde un principio.

            Hasta que se me ocurre algo, palpo mi bolsillo, busco con cuidado mi paquete de cigarrillos para que no piense que estoy queriendo hacer algo que no debo. Lo enciendo, a continuación, me agazapo y dejo en el suelo.

            En ese mismo instante pareciera que la atmósfera se hace menos densa, recién ahora puedo moverme, quizá es un pacto, algo me dice que es hora de marcharme y es lo que hago. Ni siquiera miro atrás, solo quiero que él vuelva de donde salió y yo regrese donde pertenezco.

            Abro el portón de mi casa, ingreso aprisa. Aguardo un poco para recuperarme, luego me doy una ducha caliente, acto seguido, entro bajo el edredón y me acurruco con ella.

             La rodeo con mis brazos, ella se aprisiona contra mi pecho y luego me duermo, con el secreto de lo que vi.

©2023 Marcos B. Tanis.

Publicado por Marcos B. Tanis

De profesión analista, docente y magíster en auditoría en informática, amante de la lectura y ahora escritor. Tengo mis primeras novelas publicadas tituladas: Fragilidades del alma y Aquello que menos esperas I y II, además varios apresurados por salir de la oscuridad.

2 comentarios sobre “Noche de invierno

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar