Hoy me toca a mí

Dejo las llaves en un rincón de la casa, luego voy a la cocina. Miro alrededor, como siempre encuentro la mesa adornada de migajas de pan y una taza con los restos de café a un lado.

            Acto seguido, recojo las ropas colgadas del tendedero, luego de doblarlos, los introdujo en aquel ropero del que no te de desapegas desde el 57 y que mamá te imploraba que te deshagas de él.

            La radio permanece encendida y el incienso de la noche aún permanece en la atmósfera, mezclado con los olores de estas paredes húmedas y una foto de ambos.

            —Papá, ya te había dicho que al menos dejes la cortina abierta —le recrimino mientras él mira de reojo.

            Su quejido es apenas imperceptible, hasta puedo jurar que lo hace a propósito y bromeo con él.

            —¡Es hora del baño! —exclamo y mi padre mira angustiado.

            Aun parece humillado con esa desnudez prematura, como si yo fuera un intruso en su casa. Le repito a diario que está bien, que no se vea como mi padre y no me vea a mí como su hijo, sino que solo piense que somos dos hombres en tiempos paralelos.

            La esponja recorre su arrugada piel, mientras enjugo su cuerpo con parsimonia. Él me mira con los ojos cristalizados y me dice con la energía que le sobra. Gracias.

            A continuación, mientras le preparo una sopa, le cuento mis anécdotas, le platico de mi esposa y sus nietos. José ha ganado una nueva medalla en su clase de natación, mientras que Isabel salió fue seleccionada para representar al país en las olimpiadas de matemáticas.

            El próximo domingo vendrán de visita —le comunico—, él sabe que sus nietos lo aman y se sienten orgullos por quién fue para con ellos mientras tenía la capacidad.

            Entre los tres experimentan una sensación inequívoca de amor.

            Una vez hubo cenado, lo acompaño a la cama, tras ello, le leo el libro que dejé hace dos noches atrás. Mi padre parece transportarse en aquel mundo imaginario y luego de diez minutos, se duerme. Lo acobijo y me despido con un beso en la frente.

            Lo miro allí, acunándose en su lecho, aquel hombre lánguido que dio todo por nosotros. Una lágrima se escapa al vacío mientras huyo de la melancolía y esa situación me tienta a quedarme un poco más.

            Cuando salgo, mi hermano menor llega a su casa, le saludo con un fuerte apretón de manos y le insto a que le cuide.

            —No te preocupes, lo hago siempre.

            Cuando llego a casa, mis hijos me abrazan, mi mujer sonríe y me invita a su vida, como cada noche. Como cada día.

© 2023 Marcos B. Tanis.

Publicado por Marcos B. Tanis

De profesión analista, docente y magíster en auditoría en informática, amante de la lectura y ahora escritor. Tengo mis primeras novelas publicadas tituladas: Fragilidades del alma y Aquello que menos esperas I y II, además varios apresurados por salir de la oscuridad.

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