El embalsamador

Todos lo conocen por el apellido, Ledesma, ni siquiera un Don como calificativo, solo Ledesma. Es un hombre de sesenta años, serio, brusco, frío, muchos dicen que carece de sentimientos y tampoco es demasiado demostrativo que digamos.

            Sin importar sus males hábitos, Ledesma es reconocido y muy respetado por su oficio, tanto por parte de los policías o los familiares de los muertos quienes acuden a su funeraria cuando ocurre lo que todos saben que pasará.

            Como rutina, de la alacena antigua, extiende sus elementos de trabajo, los diversos cuchillos, punzones, hilos y demás artificios que acompañan a tan menospreciado trabajo. A continuación, ayudado por otro familiar, alzan el cuerpo sobre una mesa de metal con rejillas (por donde recorre el agua mezclada de suciedad y muerte). Una vez aseado el exterior del cuerpo, busca el punto exacto para introducir el filoso cuchillo, abre una línea que recorre desde el estómago hasta llegar al pecho. Después… con las manos manchadas, abre ambos lados del torso y empieza a trocear intestinos y otras partes del interior, él sabe qué cortar para vaciar el interior con rapidez. Enseguida se ve piel flácida, ahora es menos pesado.

            Gira el cuerpo bocabajo y limpia alrededor, también le sirve para quitar los restos que troceó.

            Acto seguido, acompañado de un buen baño; introduce trapos para cargar lo que él mismo había vaciado.

            Lo hace sin pudor, como si el cuerpo fuera solo un amasijo de recuerdos cuando estuvo vivo. Sangre desoxigenada y bilis se impregnan bajo la cama metálica mientras bajan hacia la alcantarilla.

            Además de Ledesma y, a veces otra persona que le ayuda para trasladar el cuerpo, nadie ingresa allí mientras él cumple con su faena.

            El trabajo pareciera desprolijo, sin embargo, años de ese mismo oficio, lo volvieron todo un profesional en el ramo, más aún, tras coser la herida con una crueldad inverosímil, hasta inhumano; según las malas lenguas.

            Como paréntesis, cuando hay niños de por medio que llegan a su funeraria, él no acepta vaciarle el cuerpo, más que solo introduce algodón en sus fosas nasales y un poco de tela que lo introduce hasta la garganta. Para él, es pecado practicar su obra en seres inocentes.

            Para finalizar su trabajo, le da otro baño al cuerpo, lo seca y los viste por última vez, para mayor énfasis, les retoca el peinado y les acicala el rostro. Para finalmente depositarle en su ataúd.

            Allí termina su faceta de embalsamador. Ledesma sale al patio trasero, enciende un cigarrillo y expulsa el humo mientras tose.

            Familiares con el semblante triste, le agradecen, después de pagarle un buen precio por su obra.

            Ledesma ni siquiera hizo un recuento o, mejor dicho, se olvidó de cuántos ya han pasado por sus manos. Lo extraño que, aunque nunca ha matado, en ocasiones es como si lo hiciera. No obstante, es el trabajo que eligió y lo hará mientras siga vivo… mientras haya muertos.

©2023 Marcos B. Tanis.

Publicado por Marcos B. Tanis

De profesión analista, docente y magíster en auditoría en informática, amante de la lectura y ahora escritor. Tengo mis primeras novelas publicadas tituladas: Fragilidades del alma y Aquello que menos esperas I y II, además varios apresurados por salir de la oscuridad.

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