Una casita de madera   

Como el perro estaba a la intemperie cuando llovía, el pobre solía quedarse empapado en el patio. Entonces, tuve que sacar el alma de arquitecto del interior y empecé a construir un pequeño hogar dentro de otro. Conseguí palés de una pseudo carpintería que estaba a dos cuadras de mi casa, compré clavos y alambres para reforzar la construcción que tendría las siguientes dimensiones: dos metros de largo, un metro con cuarenta de ancho y ciento cuarenta centímetros de alto.

Una vez obtuve todo lo necesario, inicié la travesía.

Me llevó medio día terminarla y cuando Mike (se llama mi mascota) se introdujo en él, empezó a saltar de felicidad.  Luego de terminada la obra, trasladé su pote de comidas, su pote de agua y la cama hecha de una almohada vieja.

Los primeros días pasó adentro, parecía a gusto allí, no obstante, al sexto día algo extraño había sucedido. Mike metía el rabo entre las piernas cuando oscurecía y cuando le invitaba a que ocupase su pequeña morada, este producía un aullido lastimero cuando le decía que entre. De pronto me alarmó que haya algún insecto o alguna culebra que podría estar asustándolo. A continuación, busqué entre mis objetos personales mi linterna de caza (lo compré con ese nombre, nunca me había ido en ninguna expedición similar), luego me introduje y busqué en cada escondrijo. Saqué todo lo que tenía dentro y lo más extraño que no me encontré con nada con lo que pudiera mantenerlo de esa forma.

Para reforzar la seguridad, rocié con desodorante de ambiente y un repelente que no era tóxico para Mike. Hasta podría jurar que lo estaba malcriando y ni, aun así, él quiso meterse allí.

Esa noche me mantuve despierto hasta pasada la medianoche y no hubo nada malo, ¿qué está pasando contigo? —le pregunté luego de acariciarlo. Me molesté un poco por el esfuerzo de construirle donde se sienta cómodo y al final se quedó varado en el sitio que le concedí antes. Tampoco era su culpa y no podría castigarlo si no comprendía sus razones.

Roco, que es el perro de al lado de mi casa, tenía una casa en la misma posición y él dormía sin ningún contratiempo. Pensé que tal vez él sí ya se acostumbró a algo que ante los ojos humanos era invisible.

            Me había mudado hace un mes y me preocupó que la dueña de la casa me haya ocultado alguna información relevante. Pero para que no haya crispaciones con nosotros, al siguiente día decidí darle un paseo a Mike y en ese momento me hice la tarea de investigar si hubo algo malo antes de que me mudase allí.

            Una señora de avanzada edad barría la vereda de su casa, aún no conocí a nadie y fue una estrategia para acercármele. Sin embargo, cuando lo hice, esta ni siquiera me miró. Quise decirle groserías, pero evité cualquier tipo de confrontación por ser el vecino nuevo de la cuadra.

            Seguí deambulando con él y Mike se había alejado de mí. Después de un rato vi que corrió hacia nuestra casa y vi a alguien asomándose primero, y luego se introdujo tras abrir nuestro portón. ¿Quién diablos era esa persona? —me pregunté a mí mismo y aceleré el paso para confrontarme con aquel extraño—, pero cuando me hube aproximado lo suficiente, Mike me ladró.

            Me detuve en seco, pensando que el sujeto me vería y me sorprendió cuando preguntó lo siguiente:

            —¿Qué pasa, Mike?, ¿a quién le ladras?

            Cuando le dijo que entrase a casa, me asomé al patio y no vi la casa de madera y me di cuenta que al final era a mí a quien temía cada noche.

©2023 Marcos B. Tanis

Publicado por Marcos B. Tanis

De profesión analista, docente y magíster en auditoría en informática, amante de la lectura y ahora escritor. Tengo mis primeras novelas publicadas tituladas: Fragilidades del alma y Aquello que menos esperas I y II, además varios apresurados por salir de la oscuridad.

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