Curiosidad

Barrio cerrado, en algún distrito del departamento Central, pocas familias, un guardia de seguridad en la entrada. Parecía un lugar muy seguro y nunca había ocurrido nada fuera de lo común. Hasta parecía inverosímil que no ocurriera nada y para ser francos, era en extremo aburrido.

            Eso pensaba Junior, un chico de catorce años que, después de regresar a casa, luego de unas clases que pasaban desapercibidas en horas de colegio, se aburría mucho estando solo. Entonces, en aquel desierto de tedio, decidió deambular para buscar con qué matar el tiempo.

            Se sentó al borde del camino y esperó a que cruzase el automóvil de la familia Báez. El señor saludó y algo desconfiado, miró por el retrovisor hasta que él haya desaparecido de su rango de visión. Junior también se dio cuenta que no era el mejor lugar el que eligió y era consiente que hasta el santo desconfía de su obra al inicio.

            Pero el que actúa a conciencia, siempre tiene un propósito y la de Junior, era investigar qué ocurría en la casa de su vecino, el señor Pedro Gamarra. El sujeto tendría unos cincuenta años, enjuto, con la espalda inclinada y de caminar agotado. Aunque, nadie podía negar que era amable con todos, siempre saludaba y muchas veces se lo vio alimentar a gatos o perros que aparecían allí. Sin embargo, tras esa melancolía inquieta, Junior visualizó algo que otros no veían y era, su manía por parecer lo que no era.

            El señor Pedro era un hombre solitario, además de su familiaridad con los animales, nadie lo había visto con otra persona ni le invitó a nadie que le hiciera compañía. ¿Qué escondía?, ¿Por qué nadie lo visitaba ni él reclamaba que lo hicieran? —se preguntó en silencio y no iba a poder estar tranquilo mientras no descubriera el verdadero motivo.

            Pero, ¿cómo haría para descubrir qué había en el interior de su casa?, ¿cómo convencerle a don Pedro que quería ser su amigo sin que confundiera esa supuesta amistad con una mera curiosidad? Junior estudió el panorama por mucho tiempo, sabía qué hora el guardia de seguridad hacía su recorrido, sabía cuando doña Lucrecia regaba sus plantas o cuando el profesor Carlos llegaba a casa cerca de las ocho y su pequeña corría para abrazarlo.

            También vio otros detalles, por ejemplo, el desperfecto de uno de los alumbrados públicos y la verja colindante hacia la casa del señor Pedro (por donde los perros traspasaban para su ración de alimentos). Junior eligió ese mismo camino para romper la línea de lo prohibido. Juró que solo se asomaría, que vería el interior y luego se alejaría para siempre.

            El viento arrancó algunas hojas y se mimetizó con la obra de arte de la noche. Junior se quedó obnubilado por un momento y luego, acuclillado, continuó con su empresa. Por un momento pensó que no era correcto inmiscuirse en la vida de los demás y hasta le dio repelús imaginar que allí habría algo malo, no obstante, ese deseo de lo incognoscible, pudo más con él.

            Cuando hubo llegado al umbral de aquel pasadizo secreto y no había moros en la costa; decidió traspasarlo. Para asegurarse que estaba solo, volvió a estudiar el panorama y cuando se sintió seguro, se agazapó y cruzó al otro lado. En lo personal, don Pedro parecía prolijo, vio unas cajas ordenadas por tamaño e incluso, las macetas los tenía de ese modo y las tunas o las flores, parecían recién regadas. Le pareció extraño, por la humedad de las plantas, porque él esperó a que su vecino saliera y le diera pie a ingresar, hasta cuando nadie estuviera dentro de la casa (al menos eso creía).

            Su curiosidad lo impulsó aún a seguir más y fue cuando vio otra nueva oportunidad, la puerta entreabierta. A continuación, Junior se introdujo dentro, sin pensar lo que podría hallar allí. Casi se mató del susto cuando vio a una mujer en una silla de ruedas, era enorme, quizá unos cuatrocientos kilos sin exagerar, la pobre tenía conectado un caño de alimentación que iba directo a su boca y él recorrió la procedencia de su alimento. La mujer, con los ojos abiertos como platos le dijo que no continuase, pero Junior necesitaba hacerlo y cuando llegó al tambor de su perpetuo psicolabis. Se topó con una horrenda imagen. Eran cuerpos desmembrados y que iba hacia una máquina moledora, con una mesa de metal con restos de bilis y rodillos con costras que se encargaban de trasladar los rebanados miembros para luego ser procesados. Se podía apreciar que luego pasaba por un tipo de filtro y, por último, la concentración soluble, iba al tambor de alimentos.

            La mujer, además contaba con un respirador artificial y un latón donde se depositaba su orina y heces. Eso no quedaba allí, pareciera ser que su propia producción regresaba a la máquina y se mezclaba con las demás partes. Un miedo irreal acudió a él y le dio ganas de vomitar.

Escuchó que la mujer quería decirle algo y cuando se acercó para oírle, don Pedro apareció de la nada y le dio un golpe que le tumbó en seco.

            —Perdón mamá, ya no pienso descuidarme —se disculpó él.

            Su madre asintió, luego vio que su pequeño, Pedro, empezó a desnudar al niño para asearlo y para convertirlo en el manjar que alimentaria a su madre más adelante. Su madre padecía El Kuru, una enfermedad que es causada por una proteína infecciosa del cerebro y que induce al canibalismo obligado. Desde que descubrieron esa anomalía, solo puede sobrevivir alimentándose de carne humana y es la única manera de mantenerla con vida.

            Pedro se lamentó que uno de sus vecinos haya irrumpido su secreto y solo esperaba que no descubrieran aquel horrendo secreto que lo unía con su madre. Rogó que nadie haya visto al niño ingresar a su casa esa noche, porque él necesitaba seguir cazando, no quería que su madre muriera nunca.

© 2024 Marcos B. Tanis

Publicado por Marcos B. Tanis

De profesión analista, docente y magíster en auditoría en informática, amante de la lectura y ahora escritor. Tengo mis primeras novelas publicadas tituladas: Fragilidades del alma y Aquello que menos esperas I y II, además varios apresurados por salir de la oscuridad.

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