Un pequeño intruso

¿Les ha ocurrido alguna vez que cuando mejor están durmiendo, algo interrumpe de golpe su descanso?

Es lo que ocurrió conmigo el pasado lunes a las 03.15 de la madrugada cuando escuché de fondo, allí entre la vigilia de la realidad y lo onírico, algo que estaba rasgando la pared. Bien, para que entren en contexto, estoy en un departamento y la casa que me separa con la de la dueña, tiene una madera terciada que utiliza de pared. Esa lámina se halla entre mi cocina y el dormitorio de la dueña del departamento y en ese aspecto (por más que se pudiera oír lo que ocurre entre las habitaciones colindantes) respetamos nuestra privacidad al máximo. Además, tampoco puede exigirle demasiado si soy yo quién necesita y me acostumbré al cuarto mes que me mudé allí.

Bien, de nuevo vamos al culmen de esta historia. Algo me despertó y empecé a buscar de dónde provenía el ruido y después de unos minutos escuché del otro lado de la pared que alguien ajeno a mí intentaba cruzar este lado del portal. Tenía dos opciones posibles:

  1. Golpear la terciada, asustar al intruso y que otro día intente cruzar hacia el lado de mi casa o,
  2. despertar a la señora y que ella descubra qué es lo que ocurría desde ese punto.

Ambas opciones no eran nada bueno para la octogenaria mujer, porque no quería molestarla ni mucho asustarla. Entonces decidí escudriñarme y aguardar allí mismo. Para mí también era un problema no dormir bien, ya que horas más tarde debía ir a la oficina donde presto mis servicios.

Al igual que ustedes, imaginé que sería un ratón o un gato que se quedó atrapado, sin embargo, conforme pasaban los minutos se pudo oír que el trabajo de esa pequeña criatura estaba dando frutos. Vi de pronto que los corpúsculos hechos de aserrín y que fueron fabricado por los golpes iban dispersándose por el aire y de la madera empezó a correr un hilo descascarado. Como instinto de supervivencia tomé la escoba y me coloqué en posición de ataque. Solo esperaba que el pequeño intruso traspase el lugar y allí encestaría mi certero golpe.

Pero cuando descubrí lo que hoy cuento como anécdota, sorprenderá a propios y extraños. Era una especie de duende, no sé cómo definirlo, asexual, orejas puntiagudas, rostro peliagudo, nos miramos por un instante, tal vez ambos permanecimos en ese trance de lo fantástico, donde dos especies se descubrían y no sabían cómo actuar. Yo, aún con el arma dispuesto a atacar, desistí cuando vi esos pequeños ojos suplicantes, un lenguaje que entendí a la perfección y él pareció conforme.

Vi que tenía entre sus manos un clavo de al menos dos pulgadas (imagino que lo utilizó como pico para traspasar de este lado). El pequeño enseguida lo dejó a un lado, asustado quizá, o como si creyera que podría hacerme daño con semejante arma. También yo hice lo mismo y dejé reposar la escoba sobre la pared, sin desviar la vista de él ni por un segundo, quería presenciar su actuar, sus gestos y, sobre todo, descubrir si hablábamos el mismo idioma. Pero cuando iba a preguntarle algo, el pequeño intruso volvió hacia la habitación de la dueña de casa.

¡Mierda! —farfullé—, quería dejar evidencia de que todo esto había sido real y fui por el teléfono, tomé algunas fotos del agujero que dejó, del aserrín y del clavo. Después fui de nuevo para recostarme y ya no pude conciliar el sueño. No dejaba de pensar en ese ser fantástico que nadie creería hasta que también lo viera, como lo hice yo.

©2024 Marcos B. Tanis.

Publicado por Marcos B. Tanis

De profesión analista, docente y magíster en auditoría en informática, amante de la lectura y ahora escritor. Tengo mis primeras novelas publicadas tituladas: Fragilidades del alma y Aquello que menos esperas I y II, además varios apresurados por salir de la oscuridad.

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