Pánico

Sus ojos rezumaban miedo esa mañana y según él mismo repetía cada tanto, que algo malo había allí dentro.

            —¿A qué te refieres, hijo? —Había preguntado su madre cuando vio las bolsas negras por debajo de sus ojos como si fueran marcas de un mapache.

            Ella nunca lo había visto de ese modo y tampoco hubo historial médico dónde alguien de su familia presentó algo similar alguna vez. Supuso que podría haber visto algo en la televisión o solo tuvo pesadillas mientras dormía.

            —¡Ven!, ¡levántate! —Ejerció sobre él un poco de fuerza para levantarlo del piso; en ese momento su hijo estaba recogiendo sus piernas en posición fetal.

            Víctor, con los ojos sanguinolentos y bien abiertos, miraba a su madre como si esta fuera algún vestiglo.

            Su madre guio a Víctor al comedor y lo acomodó a la silla una vez llegaron. A continuación, le sirvió algo de agua fría y le preguntó si quería algo más.

            —¡Café!, ¡quiero café! —Exclamó como un poseso.

            Ella no comprendía la urgencia del pedido de Víctor… hasta que lo descubrió a continuación.

            » No debo dormir, mamá, no debo dormir —repitió y observaba con las pupilas dilatadas hacia la ventana, luego miró al techo y por último a su madre.

            Empezó a asustarle su comportamiento. Primero avisó a su padre y luego a su terapeuta. Ésta última le había proporcionado algunas ideas para bajar su estrés emocional. Que tampoco funcionó.

            —¿Por qué dices que no debes dormir, hijo?, ¿a qué te refieres?

            —No debo bostezar, porque si lo hago, la presencia lo utilizará como un puente.

            Lo primero que pensó su madre (si es que no fue una pesadilla) que fueron brotes psicóticos y decidió buscar calmantes que tenía en la alacena. Cuando terminó la infusión y le ofreció, Víctor se dio cuenta que uno de los componentes le daría sueño y golpeó la taza echándolo con el contenido dentro.  

            Su madre empezó a temerle, pero tampoco podía dejarlo allí solo. Con esas ideas absurdas en su cabeza.

            Víctor se movía hacia adelante y atrás cada tanto y seguía repitiendo que algo muy malo ingresará en su interior si llegase a bostezar.  

            Su madre se dio cuenta de que podía hablar e incluso elevaba la voz casi en un grito. De modo que, si es que podía abrir la boca, ese “algo” ya hubo ingresado mucho antes que ella apareciera. Por ende, no podía correr peligro y de algún modo extraño, se tranquilizó por ese motivo.

            Transcurrieron un par de horas. Víctor bebió una jarra entera de café sin azúcar y fue al supermercado a comprar energizantes y todo lo que pudiera ingerir para mantenerlo despierto y sin ganas de dormir.  

            También cuando vino su padre, este le habló sobre las consecuencias que Víctor podría tener si no dormía y, sobre todo, si seguía abusando de sustancias con cafeína.

            De nada sirvió los sermones que explayaron sus padres, él creía con fe que algo se introduciría dentro si es que llegase a bostezar.

            Su padre no dudó en esperar a que se recupere y le exigió, es más, empujó a su hijo a irse al hospital. Vieron como Víctor lloraba como si en verdad iba a ocurrirle algo malo. Clamaba para que no actúen por amor, sino por derecho. Porque la desobediencia podría castigarlo, expulsándolo del paraíso de sus malos pensamientos o premiándolo con sanarlo, en definitiva, uno de los dos debía prevalecer.

            Dentro del hospital no pudieron diagnosticar con certeza qué lo agobiaba y contrario a la fe científica, hasta dijeron que él podría necesitar de un sanador católico. Sus padres no podían creer lo que el médico estaba diciéndoles y hasta pensaron que se trataba de una maldita broma.

            Tras tranquilizarlo con sedantes una vez que lo internaron, Víctor enseguida durmió. Midieron sus pulsaciones, en el monitor se podía apreciar que estaban elevadas por la cafeína en su torrente y los nervios por el insomnio provocado.

            Después le sacaron muestras de sangre y en los estudios no descubrieron nada extraño. Incluso le practicaron exámenes neurológicos y tampoco notaron nada inusual.

            Estuvieron horas enteras observándolo y como no hubo síntomas que algo de nuevo pudieran estresarlo. La enfermera se retiró mientras que su padre, se acomodó en el sillón para descansar un rato.

            En ese ínterin, Víctor despertó y vio conectados tubos intravenosos en cada brazo. Se percató que su padre dormía a unos metros de él y aprovechó para desprenderse de los tubos conectados en cada lado. Enseguida brotaron burbujas de sangre y cuando lo hizo, sintió que se debilitó un poco. En ese momento solo llevaba puesto la bata y nada más.

            Traspasó hacia el pasillo, no podía estar ni un solo minuto más allí dentro y pensar que algo malo lo había seguido hasta el hospital. Caminó con cautela hacia la orilla de la salida y cuando estuvo a punto de cruzar el umbral, el guardia se percató que uno de los pacientes quería escapar. Víctor entró en pánico, lanzó sillas, rompió el vidrio donde estaba el hacha y amenazó que lastimaría a los que intentasen acercársele.

            Su padre también ya se había despertado y corrió por el pasillo, enseguida alcanzó el barullo y cuando llegó, rogó que dejen a su hijo en paz. Víctor, con ojos suplicantes le pidió que él también se aleje y su padre estiró el brazo como diciéndole que nunca lo hará.

            Víctor, sonrío triste, porque sentía que algo malo tenía adentro, por esa razón necesitaba que lo dejen huir con aquel huésped maldito. Sin que nadie interfiriera, entonces…salió de allí con el arma en mano, también la policía ya venía en camino y, sin embargo, él huyó, rengueando por las fuerzas internas con quienes luchaba.

            Cuando los policías ordenaron su detención, en pocos minutos nadie supo dónde se había metido. Hurgaron con pelotones de búsqueda por el bosque, entre los edificios colindantes y en varios lugares alrededor. Nadie lo halló por ningún lado y ni siquiera sabían si algo malo pudo haber ocurrido con él. Su madre fue la que más se lamentaba por su desaparición y por pensar que su hijo solo estaba teniendo una pesadilla o algún brote psicótico.

            No hubo noticias de él desde aquella ocasión y tampoco nunca dio señales de estar vivo. O quizá ahora solo esté transmutando. Quién sabe…

©2024 Marcos B. Tanis

Publicado por Marcos B. Tanis

De profesión analista, docente y magíster en auditoría en informática, amante de la lectura y ahora escritor. Tengo mis primeras novelas publicadas tituladas: Fragilidades del alma y Aquello que menos esperas I y II, además varios apresurados por salir de la oscuridad.

2 comentarios sobre “Pánico

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