Más allá de donde estoy

Amanecí con migrañas y cuando miré hacia mis pies tras espabilarme un poco, me fijé que ya no llevaba puesto uno de mis zapatos. Es extraño, ahora el mundo sigue tambaleándose y yo aquí, sentado en la vereda de algún lejano lugar. Me cuesta concentrarme y lo peor de todo es que no encuentro aún la forma de levantarme de aquí.

El dulce trinar de los pájaros pareciera transportarme a algún punto lejano de la tierra y me pregunto: ¿Qué lugar es este y cómo llegué hasta aquí?, luego me enjugo el rostro solo con la calidez de mis palmas y después ahueco con una mano para cubrirme de esa luz rutilante que me alumbra esta mañana.

            Siento miradas provenientes de todos lados, los vecinos tal vez me tengan miedo o no sé… pareciera que me observan como si en verdad me conocieran y, sin embargo, estoy aquí…perdido, sin conocer a nadie.

            Hasta que poco a poco voy recordando de dónde provine y descubro que no pertenezco a ningún lugar, pero tampoco soy dueño de nada. Más que me atribuyó la luna como mi luz guía y el viento, el propulsor de mi vida.

            En mi trance filosófico, veo a un hombre llegar, está en iguales proporciones que yo y cuando se aproxima a mí, él hombre me extiende la mano para poder levantarme, siempre intento no dármelas con desconocidos, no obstante, hasta ahora es la única persona quien se preocupa por un extraño.

            —¿Dónde ha quedado tu otro zapato, mi amigo? —pregunta para entablar conversación.

            —Tal vez dentro de mi sueño —contesto y ambos sonreímos como si nos conociéramos de antaño.

            Es una risa sincera, de arrugas en el rostro y los sonidos característicos de que sí fue esporádico.

            Hasta que mi nuevo amigo me invita a su “espacio” (como lo llamó él), a continuación, deambulo sin un lado del zapato y pareciera que, de lejos, rengueo.  Desde atrás el sujeto da mucho que desear, tiene el pantalón desaliñado y con agujeros como una pared de Irak. El cabello lo tiene rasta, pero no porque él lo cuidó por parecer un tibetano, sino todo lo contrario, lo tiene así porque hace tiempo que no conoce lo que es un baño.

            Cada uno sabía a qué iba a su espacio, incluso lo supe desde que me tendió la mano para ayudarme. Apenas llegamos al sitio en cuestión; sustrajo del roído bolsillo una cuchara y volcó nuestro tótem para la cocción, miramos con detenimiento el fuego y su arduo trabajo en la construcción de aquella obra de arte, luego de estar listo el caldo tóxico, él preparó su vena favorita, después se clava la aguja en ella y contempla la primera burbuja de sangre abrirse en el fluido y formar vetas en la superficie, sus ojos parecían clavados en aquel momento y fragmenta sus fantasías unilateralmente. Una vez se introduce en su cuerpo la droga, presiona el émbolo para expulsar el veneno y se desprende de la goma que lo desarticula. Enseguida hace gala el efecto y se repantinga de éxtasis.

            Y le sigo yo. Con el mismo patrón, la misma convicción.

            En esa fanfarria de alucinaciones, platicamos antes de volver a ese mundo que replantea otras probabilidades que no vemos cuando estamos sobrios, ambos sabemos que nos gusta, pero somos conscientes que también se acaba.

            —Esto es demasiado puro…

            —Lo sé, tengo un buen camello quien me provee.

            —¿Cómo consigues el dinero?

            —Compro, lo parto para mí y para otros clientes, de ese modo obtengo ganancias por mi cuenta y al mismo tiempo, me deleito.

            —¿En qué lugar estamos ahora? —pregunto, fascinado por la volatilidad de las horas.

            —No es importante, te has olvidado de dónde ibas porque te gusta donde ahora estás.

            Era cierto, tal vez aquel sujeto puede estar perdido como yo, pero en sus brotes de realidad, es claro que conoce de la vida como nadie más.

            Los párpados me duelen y veo todo borroso conforme pasan los segundos. Hasta que de nuevo pierdo el conocimiento y solo espero cuando el destino trace otro nuevo camino para mí.

©2024 Marcos B. Tanis

Publicado por Marcos B. Tanis

De profesión analista, docente y magíster en auditoría en informática, amante de la lectura y ahora escritor. Tengo mis primeras novelas publicadas tituladas: Fragilidades del alma y Aquello que menos esperas I y II, además varios apresurados por salir de la oscuridad.

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