La entidad

Oigo el viento susurrante cuando choca contra la cortina y hace que ésta flamee ante su natural corriente de aire. Ese sonido a lo lejos de un ligero sueño hace que me despierte y veo el movimiento casi hipnótico de la tela con su danza, esto me hiela por un momento.

Si no recuerdo mal, había dejado la ventana cerrada con el pestillo puesto, siempre lo hago, además, por supuesto, de activar la alarma y en ese aspecto es difícil que se me olvide (casi imposible), aunque tampoco puedo jurar que nunca lo olvide.

Me levanto tras recuperar el sentido del espacio y tiempo; acomodo la almohada en la cabecera, esa madrugada solo llevo el calzoncillo puesto y las agallas para saber de qué se trata todo esto.

Cuando me apoyo a la ventana y asomo la cabeza con esmero, noto que la silla aún está desplegada, también el libro sobre la mesita, el teléfono y la botella de güisqui a medio cerrar. Así que descarto enseguida que haya sido un ladrón que pudo haber ingresado mientras dormía.

Traigo conmigo todas mis pertenencias.

Luego, cierro de nuevo la ventana, corro el pestillo y aseguro con la llave. Acto seguido voy hacia la cocina, sustraigo un vaso de la alacena y relleno con un poco de agua fresca. Seguido de ello, voy al baño y mientras vacío la vejiga, siento como el aire de pronto se espesa y el espejo se humedece en apenas unos segundos.

—Quiero que hagas algo por mí —susurró la voz tras mi nuca.

Él quiso tocar al ente o lo que fuera que se haya posado tras de sí, pero éste se lo impidió estrujándole de dolor y como si se hubiera introducido dentro de él.

—¿Qué quieres? —Consulto con mi voz quejumbrosa.

—Necesito que hagas algo por mí —repite y luego se aproxima de nuevo a él o quién sabe, nunca se apartó.

Aquella voz fantasmagórica hasta el punto de parecer diabólica, le ordena el recado. Alan abre los ojos como platos ante su pedido y quiere creer que solo está soñando.

Intenta ver que hay tras de él por encima de su hombro, pero no logra determinar quién puede ser. De algo sí está seguro, alguien está allí y sabe que no es una pesadilla.

La voz parece un veneno que recorre en su torrente sanguíneo y siente como circula algo muy grotesco, como si le han inoculado toda la maldad del mundo.

Se toma de las sienes con fuerza, la voz no sale de su cabeza y Alan se acuchilla de dolor en el piso. Luego gatea hacia su dormitorio, allí donde dejó el teléfono. Saca las energías que le sobran e intenta luchar contra aquello que lo manipula. Grita como puede, «ojalá alguien del edificio lo oyera», piensa.

No obstante, ni escucha que alguien despertó y no logra recuperarse de ese dolor que le sigue estrujándole.

—Eres débil, mira, no intentes convertirte en ningún héroe.

—¡Cállate!, ¡quién eres!, ¿¡por qué me haces esto!?

—Solo si cumples con lo exigido te diré quién soy… luego me alejaré para siempre.

Pero Alan se niega a cumplir con aquel capricho (no podía hacerle daño a alguien que tanto amaba) y con argucias utilizó los mismos recursos que su enemigo. Le pidió que lo dejara y que cumpliría con su labor pero que ahora solo se quite de su cabeza.

Tras aquel pacto, Alan dijo que se vestiría, fue a su armario, buscó alguna camisa, un pantalón y el arma que tenía escondida allí. Entonces, sin más preámbulos, quitó el seguro, apuntó el arma a la sien y así la amenaza terminó con aquella injusta decisión .

©2024 Marcos B. Tanis

Publicado por Marcos B. Tanis

De profesión analista, docente y magíster en auditoría en informática, amante de la lectura y ahora escritor. Tengo mis primeras novelas publicadas tituladas: Fragilidades del alma y Aquello que menos esperas I y II, además varios apresurados por salir de la oscuridad.

8 comentarios sobre “La entidad

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