Ahueco mi mano para cubrirme de la luz que traspasa la ventana, veo como la cortina flamea con el viento y me despierta el tintineo que hace el cristal y el metal que sostiene la tela —sonrío, hechizado por el embrujo de haber amanecido entrelazado a ti.
Te veo así, desnuda, deslumbrante, tus longilíneos brazos buscan cobijarse y sufren de una ósmosis cuando siente que nos despegamos. Sin embargo, debo emanciparme por obligación.
Sé que cuando despiertas, encontrarás el desayuno hecho, huevos revueltos y jugo de naranjas, yogurt y trozos de manzana, preparadas con estas pecaminosas manos, también encontrarás la humedad de nuestros cuerpos impregnados en la sábana y, sobre todo, la soledad por haberme marchado.
Siempre me siento al borde de la cama a contemplar por unos segundos mientras duermes, quisiera confesarte que sueles roncar, que, hasta hablas en sueños… quiero creer que suelo aparecer en ellos.
¿Sabes?, yo lo vivo al materializarlo estando aquí, cuando compartimos la cena, cuando sonreímos con trivialidades o nos entristecemos por banalidades, cuando nos acercamos demasiado, allende a nuestras fronteras.
Debo huir, para no sufrir en nuestra despedida, porque siempre se repite, por más que los dos nos equivocamos una sola vez. ¿Lo recuerdas?, ¿solo será una vez?, —nos prometimos—, hoy se mantuvo ese error y tengo miedo de necesitarte, tengo miedo de perderte y a veces quiero quedarme para siempre.
Sin embargo, me esperan en casa, mi esposa y mis hijos, haré una pequeña parada después de mi “supuesto viaje al interior del país”, compraré algunos obsequios para rezagar mi culpa, lo más insensato de mi parte que seré feliz y estaré muy triste.
© 2022 Marcos B. Tanis.